Sergio Galarza – Paseador de perros (2008)ESCLAVO DE LOS CUATRO PATAS
Galarza se dio a conocer a los veinte años con “Matacabros” (1996), un libro pequeño de relatos urbanos violentos que le trajo buena reputación y lo convirtió en la sensación literaria del momento. Han pasado doce años desde aquel debut, tres libros más de cuentos, un reportaje novelado sobre los Rolling Stones, hasta llegar a “Paseador de Perros”, su primera novela.
“Paseador…” trata sobre un inmigrante peruano que se gana la vida cuidando a un mapache y paseando perros por las calles de Madrid. Él acepta este trabajo porque es el único en el cual no le piden papeles y necesita pagar techo y comida, como bonus, le permite conocer más a fondo a la ciudad que lo ha adoptado. Mientras su vida transcurre entre recoger el excremento de sus amos de cuatro patas y viajar muchas horas en el metro, se va enterando, muy a su pesar, de la vida privada de sus clientes, a veces por curiosidad y en otras porque son personas solas que quieren que las escuchen y les respondan algo más que monótonos ladridos. Así, vemos desfilar personajes como el anciano mutilado que agoniza de diabetes y que con mucho esfuerzo le pide que cuide a sus perros, el viejo gruñón cuyo hijo lo ha abandonado dejándole un mapache que él detesta, o aquella chica desfigurada por el acné que no se atreve a salir a las calles ni para pasear a su mascota. Respecto a su vida privada, el protagonista nos cuenta en primera persona sus problemas con la novia, sus resentimientos y frustraciones por no lograr lo que se propuso cuando salió de Lima, y sobre todo, nos va retratando (el mayor aporte de esta novela) al Madrid sin maquillaje publicitario, atestado de inmigrantes que no aprecian la impronta cultural de la ciudad, de sus veranos fantasmales y con temperaturas insoportables, de sus calles y parques llenos de mierda de animales, con su transporte urbano caótico y mal ventilado, bello y desenfrenado para el turista, peligroso e indiferente para el inmigrante.
A pesar de que sus posteriores trabajos a “Matacabros” no despertaron el mismo entusiasmo, Galarza han sabido mantener el desenfado y la crudeza que lo caracteriza. También, destacamos aquí un avance cualitativo en sus lados reflexivo e irónico, los cuales le dan buena sazón a esta cuasi autobiografía. En cuanto a la obra vista en su conjunto, como un todo, una unidad, la novela está dividida en treinta y siete capítulos cortos, algunos de ellos independientes, con vida propia, como un disco compilatorio de singles, y no un álbum conceptual, o en el mejor de los casos como un álbum de canciones diversas que contiene algunas suites. Uno tiene la sensación de estar ante un libro de relatos breves y ese es su punto débil: a Galarza le cuesta trabajo desprenderse del formato cuento. “Paseador de Perros” es como un diario, y no la novela ambiciosa, compleja y mejor estructurada que seguimos esperando de él.
Si antes nos costó mucho trabajo asimilar la muerte prematura del guitarrista Jeffry Parra, y por ende el de la mejor encarnación de Dolores Delirio, ¿cómo se supone que nos acostumbremos a la ausencia del cantante Brenneisen? Los de ahora, con Luis Sanguinetti en la voz, ¿siguen siendo Dolores? Ni siquiera los miembros fundadores, Vásquez e Inoñan, son suficientes para vendernos la imagen de esta entrañable banda de culto. Por eso, hablaremos de este disco suponiendo que es el debut de un grupo con ex integrantes de Dolores Delirio, y no por nostalgia, sino por respeto a los pasados gloriosos.
Miles de celulares encendidos, miles de maneras de reaccionar y miles de voces amalgamadas por una melodía, por una canción, por un trío llamado R.E.M. Solo un tema como “Everybody Hurts” podía unir a los peruanos en el estadio Nacional, aparte de nuestro patético y ojalá desafiliado fútbol peruano. Estábamos a mitad del concierto cuando sonó aquel hipnótico y tierno piano que inaugura esta oda a la superación del sufrimiento. Hasta antes de “Everybody …”, los fans y conocedores de esta banda de Athens, ya estaban chupándose los dedos, degustando suculentos platos como “I Took Your Name” y “What’s the Frequency, Kenneth?”, piezas furiosas sacadas del Monster, o con “Drive” e “Ignoreland”, obras maestras del Automatic For The People, o los estrenos de “Living Well is the Best Revenge” y “Man-Sized Wreath” del Accelerate(2008). Faltaba darle el gusto a los que fueron por curiosidad, a los que oyeron solo los hits en la radio o la MTV, y a los inevitables poseros que solo están a la espera de “Shiny Happy People” (tema que R.E.M. hace tiempo no toca en vivo y por el cual sienten algo de vergüenza). “Everybody Hurts” y más adelante “Losing My Religion” hicieron el milagro, mismo San Martincito, de juntar a perros, pericotes y gatos. 
Los teclados instalan una vez más la nostalgia reiterando la melodía inicial. El corazón se agita, se conmueve. Entrañable momento de epifanía. Verdad, belleza. Es la música de R.E.M. Una banda re-descubierta disco a disco, aunque siempre estuvo allí. Tan cerca y tan lejos de nosotros. Banda talentosa hasta lo entrañable. De los espacios agrestes del rock duro a los predios aparentemente amables de la balada crepuscular, donde convive una rara y fascinante mezcla de belleza con amargura, de exaltación con melancolía.


