A propósito de "Shine a Light"
MARTIN SCORSESE, THE ROLLING STONES Y EL CINE

I. Una gran expectativa y un gran deseo
No podemos negar que teníamos mucha curiosidad por ver la última película de Martin Scorsese, y que esta curiosidad se sustentaba en el recuerdo de ese hito instalado por el neoyorquino allá en 1978 cuando en complicidad genial con Robbie Robertson legó a la posteridad esa obra maestra que fue El Último Rock (The Last Waltz, 1978). ¿Habría superado ese listón tan alto ahora en compañía de Jagger y sus secuaces? Los periódicos y el Internet nos traían noticias bastante buenas sobre Shine a Light, pero el entusiasmo nunca llegaba a desbordarse. Es más, leímos una nota en la que se reconocía abiertamente que la inspiración de Scorsese no había estado a la altura de cuando filmó el concierto de despedida de The Band.
Tales notas contribuyeron a

Pero, de otro lado, nuestra curiosidad iba a la par de el gran deseo de saber que Marty había agregado a su valiosa filmografía otra película notable. Marty es del tipo de cineastas que nos cae bien no sólo por su talento que se traduce en filmes inteligentes y bellos, sino por su declarada pasión por el cine que se manifiesta en sus múltiples actividades vinculadas a la conservación del legado fílmico de los grandes y pequeños maestros de las imágenes. Y últimamente, hasta antes de No Direction Home (2005), ese invalorable documento fílmico sobre Bob Dylan, al buen Marty no le había ido bien en sus últimas aventuras tras la cámara. Incluso Los Infiltrados (The Departed, 2006), a pesar del Oscar y de algunos buenos tramos, el cineasta no llegaba a las cotas alcanzadas en sus mejores momentos. Nuestro deseo ahora, era verlo triunfar una vez más.
Pues bien, no retrasaremos más nuestro juicio sobre Shine a Light y diremos con alegría desbordante que nuestras expectativas no han sido defraudadas. Hemos visto la película dos veces con motivo de su estreno en el Festival de Cine de Lima y la volveremos a ver durante su estreno comercial que se anuncia para la siguiente semana. Creemos que eso dice mucho de lo que la película nos ha impactado. Que si es mejor o no que El Último Rock no tiene mucha importancia ahora y, en todo caso, el lector de esta nota lo descubrirá a lo largo de estas líneas. Y es que el atractivo de la cinta radica, como fuera en el caso de El Último Rock, en la confluencia de un cineasta sensible y apasionado y una banda de rock que para muchos es la más grande de todos los tiempos.
II. El cineasta
Estamos de acuerdo con la mayoría de críticos en que los resultados obtenidos en los últimos films de Martin Scorsese - Pandillas de New York (Gangs of New York, 2002), El Aviador (The Aviator, 2004) o Los Infiltrados, – no están a la altura de lo que hizo en el período que va entre los setenta y mediados de los noventa. Cierto. Pero, tampoco llegan a la infamia. Vamos. No han faltado quienes han levantado el dedo acusador para decir que Marty estaba en plena decadencia, olvidando que el talento demostrado en Calles peligrosas (Mean Streets, 1973), Taxi Driver (1976) , Toro Salvaje (Raging Bull, 1980) o El Último Rock no ha sido comprado, que puede ocultarse por un tiempo, quizás, pero que en los cineastas de estirpe –y Scorsese lo es- puede aflorar en cualquier momento. Y, además, Marty con lo realizado, hace rato que ya figura en lugar preferencial en la historia del cine.

Recordemos que para Scorsese, cada film suponía la inmersión en una espiral descendente hacia el infierno mismo, travesía necesaria para alcanzar luego la redención. Travis – De Niro (Taxi Driver), La Motta-De Niro (Toro Salvaje), The Band (El Último Rock), Paul Hackett-Griffin Dunne (Después de Hora, After hours, 1985), Henry Hill-Ray Liotta (Buenos Muchachos, Goodfellas, 1990) o el mismo Cristo en La Última Tentación de Cristo (Last Temptation of Christ, 1988), son los paradigmas de este duro itinerario vital que nos es mostrado sin complacencia alguna, pero sin que esté ausente en la mirada del director ese gesto de comprensión y espontaneidad frente a sus atribulados personajes.
A partir de estos filmes, Scorsese tendió un puente bastante sólido con el espectador. Su cine, con momentos de extrema violencia en el que los colores rojos llegaron a ser su distintivo, alcanza inevitablemente una belleza que nos envuelve, que nos fascina porque podemos atisbar a través de esas imágenes, el corazón sensible y generoso de un director comprometido hasta la médula con su universo, enamorado –como Truffaut- de sus actores, actrices y personajes y nos impulsa a conocer más de aquel hombre que ama a New York, que le encanta el rock y que, por sobre todas las cosas, ama al cine.

III. La música y el cineasta
Mick Jagger y Martin Scorsese son contemporáneos. Por tanto, Scorsese creció a la par que el rock, admirando no solo a los Rolling Stones, Bob Dylan y The Band sino, desarrollando, además, un conocimiento y un cariño especial por la música en general. No olvidemos la ascendencia italiana de Scorsese, en la cual hay una rica tradición musical a la cual el cineasta se ha rendido inevitablemente.
Por ello, cuando tras la crisis proveniente de los primeros fracasos en el cine - Who’s That Knocking at my Door (1967) con sus referencias a la Nueva Ola francesa resultó desconcertante para la época)- fue convocado por Michael Wadleigh para conformar el equipo de filmación de Woodstock (1970), aceptó de inmediato. El reto fue tremendo: darle un cierto orden a las 81 horas de grabación del fenomenal concierto. El resultado ya lo conocemos: un retrato de la generación de los sesenta visto a través de intérpretes y bandas que se prodigaron en el escenario durante tres días en los que, efectivamente, hubo mucha música, mucho amor y no siempre paz. El pulso Scorsesiano es posible tomarlo en el segmento dedicado a Sly and the Family Stone.

New York, New York (1977), según cuenta Scorsese, fue el homenaje a la música de su padre. La narración de Francine Evans (Liza Minnelli) y Jimmy Doyle (Robert De Niro), ella cantante y él saxofonista, es en verdad una historia de una relación musical y de los encuentros y desencuentros sentimentales de una pareja. Es también una historia de ascenso y caída, de amores apasionados y de celos inevitables. Conflictos personales que revelan un contexto signado también por la aparición de nuevas corrientes musicales que con Charlie Parker a la cabeza pondría en solfa a las grandes bandas que predominaron hasta el fin de la segunda guerra mundial. Inolvidable Liza Minnelli en la interpretación de But the World Goes Round de claras resonancias cinéfilas (por el recuerdo de Judy Garland), pero también potentísima en sus connotaciones y alusiones a la historia misma que el film relata.
El Último Rock, en cambio, es la música de su generación. Es su música. Que, además, significó para el Marty deprimido por la mala acogida del público de su New York New York, la posibilidad de encontrar una salida a su crisis emocional y afectiva. El Último Rock se planteó inicialmente como la filmación del concierto de despedida de The Band, pero terminó convirtiéndose en un testimonio valioso y entrañable de la música de una generación, siendo, además, una melancólica reflexión sobre el paso ineluctable del tiempo. El film fue estructurado como para privilegiar la presencia del grupo y sus invitados en el escenario, teniendo como complemento algunas tomas en estudios y otras dedicadas a entrevistar a los miembros de la banda. El film resultó sabiamente equilibrado y la calidez de la mirada se deslizó por cada plano que fue preparado con antelación y en estrecha colaboración con el líder de The Band, Robbie Robertson. Para nosotros resulta muy difícil establecer qué momento es el mejor en este film que, tras cada visión, resulta muy rico en hallazgos y nos motiva a amarlo cada vez más.

Buenos Muchachos y Casino (1995) también contienen una gran banda sonora en la que se mezclan ritmos y géneros musicales, no en mezcla caprichosa o al azar, sino como producto de experiencias vividas o con el ánimo de recrear atmósferas o apuntalar historias. En éstas, como en otras películas del neoyorquino, los temas de The Rolling Stones están presentes: Monkey Man, Gimme Shelter, Memo from Turner, en Buenos Muchachos y Long Long While, (I Can’t get no) Satisfaction, Heart of Stone, Sweet Virginia, Can’t you Hear me Knocking? y Gimme Shelter, en Casino.

¿Podría haber un mejor director para Shine a Light?
IV. The Rolling Stones en el Cine
Conservo un vago recuerdo de Gimme Shelter (1970), aquella película que intentó dar cuenta del tour de 1969 de los Stones, pero que alcanzó una mayor notoriedad porque capturó de manera oportuna los sucesos ocurridos en Altamont: el asesinato de uno de los concurrentes al concierto a manos de uno de los Hell’s Angels, contratado como guardaespaldas del grupo musical. El film, realizado por Albert y David Maysles, conserva, pues, su interés básicamente por el registro de los luctuosos sucesos, más que por la presentación de la banda misma.


V. Shine a Light, Scorsese y los Stones
No es pues la primera vez que los Stones enfrentan las cámaras cinematográficas con el declarado propósito de hacer un film sobre su quehacer musical. Sí es, en cambio, la primera vez que aceptan confinarse en un lugar relativamente pequeño con el declarado propósito de ser captados de cerca por las casi veinte cámaras en el momento de su transformación en hombres del espectáculo. Porque eso es Shine a Light a final de cuentas: la captura del artista en ese momento único e irrepetible que se da en el escenario, cuando está solo con su arte, entregado a su oficio, concentrado en dar todo de sí, cuando ha llegado la hora de fascinar a su público con aquella creatura que ha forjado tras duras horas de ensayo y esfuerzo, mientras, como dice Cortázar, la música se pasea por la piel y se incorpora a la sangre y a la respiración.

No es fácil dominar al animal salvaje que rugirá en el escenario. No es nada sencillo preparar el auditorio y hacer que el animal siga las pautas de un guión preparado al detalle, con la pulcritud y la sapiencia de un Scorsese al borde de perder la paciencia. Todos sus esquemas son rechazados, todas sus posibilidades se verán alteradas ante la anarquía y el capricho de un Jagger consciente de que las cámaras y los cineastas deben estar a su servicio y no al revés. Y Jagger juega con su presa, la mantiene en tensión, le complica el trabajo, le niega la posibilidad de estructurar a plenitud la puesta en escena, precisamente a un cineasta que se caracteriza por planificar con el máximo detalle las escenas que va a filmar. Como hizo con Robbie Robertson y que dio como fruto las más bellas imágenes que se hayan filmado en un concierto de rock. Sin duda, todo un reto para el buen Marty, que estuvo a la altura del desafío y nos entregó un testimonio inolvidable de esta banda mítica.

Sin posibilidad alguna de planificar tal o cual escena o secuencia, a Scorsese no le quedó otra alternativa que sembrar de cámaras el pequeño recinto a fin de poder tener la oportunidad de ingresar a la entraña del monstruo. Para ello contó, una vez más, con Robert Richardson en la dirección de fotografía (antes trabajó con él en El Aviador, Vidas al Límite (Bringing Out the Dead, 1999) y en Casino; pero, además, Richardson fue el responsable de la imagen en los dos Kill Bill de Tarantino) y a cargo de todo un selecto grupo de camarógrafos, que cumplieron una labor excepcional, y de los cuales pudimos reconocer en los créditos a los siguientes: Robert Elswitt (Petróleo Sangriento, Michael Clayton, Buenas Noches Buena Suerte, Magnolia), Ellen Kuras (Lou Reed’s Berlin), Andrew Lesnie (El Señor de los Anillos), Emmanuel Lubezki (El Nuevo Mundo), Declan Quinn (director del extraordinario vídeo Magic & Loss de Lou Reed) y John Toll (Casi Famosos, La Delgada Línea Roja, Corazón Valiente). Sin duda, uno de los grandes lujos de esta película fue contar con estos maestros de la fotografía que siguen los pasos de los inolvidables Michael Chapman, Laszlo Kovacs, Vilmos Zsigmond, David Myers, Bobby Byrne, Michael Watkins e Hiro Narita (1), y cuyos resultados, en términos de imagen, han sido, indudablemente, brillantes.
No le fue, pues, mal a Marty. Y nos imaginamos que, con tan grata compañía, en el reducidísimo tiempo entre la recepción del set list y los primeros acordes del Jumpin’ Jack Flash, las decisiones de qué planos tomar en este arranque del concierto no fueron difíciles. Presumía que iban a comenzar con un tema potente, y eso ya lo había discutido con sus técnicos. Intuía que Jagger se inclinaría por un directo al corazón y Jumpin’…lo era, sin duda. Se produce la descarga de la banda y Scorsese nos sorprende con un montaje nervioso que transmite fielmente el ritmo de la música, que nos contagia su fascinación por los movimientos de un Jagger dispuesto a no dar tregua, que nos hace saber su encanto por esta longeva banda que hace lo suyo con maestría desde la primera nota.
No, la de Scorsese no es una visión neutra que registra desde fuera lo que sucede en el escenario. Por el contrario, es la visión de un cineasta que, con total conocimiento de la música que está sonando ha decidido jugárselas metiéndose en el escenario, conviviendo con los artistas, y disfrutando de aquellos momentos inspirados: la maravillosa sección de vientos en All Down the Line; la interpretación sensible de Jagger de As Tears Goes By y el recuerdo de su primera canción; la conexión del público con los músicos en Brown Sugar; la imagen privilegiada de un Keith Richards solitario, convertido en viejo pirata, en su notable versión de You Got the Silver, o el mismo Keith abrazando su guitarra y diciendo que el escenario es su territorio, que sólo allí pueden ser ellos mismos.

Shine a Light es el resultado de la filmación de dos conciertos que los Stones dieron en el Beacon Theatre. Hasta donde hemos podido saber, Scorsese ha dado preferencia al material obtenido en el segundo, dejando del primero, entre otros segmentos, el de la presencia de Clinton y su familia, imágenes que, al margen de simpatías políticas, contienen cierto humor, cierto sarcasmo, por la misma irreverencia de los músicos. Que Scorsese haya decidido incluirlas en la versión final de su película sólo se explica por el hecho de que el dinero de Clinton y de sus allegados contribuyó a hacer posible el concierto y, por ende, la filmación.
La inserción de material documental que registra los comienzos de los Stones, a través de entrevistas a sus miembros, le confiere al film un toque de ironía, el cual nace ya sea del contraste entre las declaraciones de Jagger, Richards o Watts y el momento presente como de la simpleza de las preguntas o la ingenuidad de las respuestas. Scorsese pone en paralelo estas imágenes en blanco y negro del viejo pasado y las contrasta con la vitalidad del presente en un escenario que vibra con los aguerridos sonidos y movimientos frenéticos de una banda que no da tregua alguna al espectador.
Pasado y presente contrastados. El duro ascenso hacia el éxito en el pasado y el presente triunfal que ahora se celebra con generosidad. Y aquí aparece un tema fundamental de la película - el paso del tiempo- tema que es también preocupación de El Último Rock. Pero, mientras allí la reflexión se centraba en cómo el tiempo y el camino habían acabado con muchos, y, por ello mismo, The Band optaba por el retiro (“el camino es una forma de vida difícil de soportar”, expresaba Robertson en los tramos finales del film), en Shine a Light, el paso inexorable del tiempo se deja notar en los rostros surcados de arrugas, en esos brazos donde las carnes empiezan a mostrar flacidez, en esos resoplidos de alivio de Charlie Watts al término de ese tour de force que es All Down the Line, pero aquí no hay rendición alguna. Hay, más bien, una suerte de intento de exorcizar la fatalidad.
Ya en algún momento Scorsese lo precisa mostrando a Ronnie Wood con su taco de billar. Al golpe que da sobre las bolas de billar le sigue el título del film Shine a Light, que significa brilla una luz, a diferencia de lo que sucede en El Último Rock donde al golpe del taco, la bolas se dispersan en diferentes direcciones en clara alusión metafórica al The Band que ha decidido no actuar más como grupo y sus miembros están prontos a partir cada uno por su lado.

Para los Rolling Stones la vida aún continúa, y cada concierto, tal como lo muestra Scorsese no es otra cosa que la celebración jubilosa de esa existencia. Tras el Satisfaction que pone punto final al concierto, y cuyos largos travellings privilegian los movimientos desaforados y vibrantes de Jagger, la banda sale del escenario y en los pasadizos encontramos una vez más a Scorsese y a sus cámaras que registran la despedida de la banda. Scorsese ordena con apremio el plano final: up, up (arriba, arriba). Sí, la cámara hacia arriba, que se eleve, hacia el cielo, hacia el infinito. Abajo, las luces de la gran ciudad perdiéndose en el horizonte. Entre el cielo y la tierra, imaginamos, brilla una luz que recuerda una leyenda…había una vez una banda que se llamaba The Rolling Stones….
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(1) Directores de fotografía de El Último Rock. En esa ocasión, la batuta estuvo a cargo de Michael Chapman.