viernes, mayo 18, 2007

Franjas de simpleza, delirio y rock
THE WHITE STRIPES
(primera parte)

Hace una década una pareja de esposos, hoy “hermanos”, decidió armar una banda con todo lo que tenían a disposición y que creían suficiente: ellos mismos. En los últimos seis años han visto el pulgar hacia arriba (casi unánime) de la crítica y el público, con una discografía que rescata al rock más simple, mezclado con añejos y sabrosos ritmos como el blues o el folk. Ella a la batería, él a la voz y a la guitarra; ella a los coros, él a la voz y al piano; ella la musa, él, compositor y arreglista. Siempre tres elementos. Siempre tres palabras: The White Stripes.

ORIGEN MATRIMONIAL, DEBUT FRATERNAL



En 1996, John Anthony Gillis y Megan Martha White, ambos de Detroit, se casan a los pocos meses de haberse conocido. Ella era mesera de un bar y él tenía un pequeño negocio de alfombras, aparte de ser baterista en algunas bandas locales. Un año después, John adopta el apellido de su esposa llamándose Jack White, se cuelga la guitarra y junto a la novata batera Meg forman The White Stripes, haciéndole creer a todo el mundo que son hermanos menores criados en un barrio mexicano. Al poco tiempo de actuar en distintos locales y bares, llaman la atención del circuito indie local, por su rock de garage simple y de pocos elementos, esquelético instrumentalmente (sólo batería y guitarra) pero fibroso en melodías y decibeles. Italy Records les edita sus primeros simples Let’s Shake Hands y Lafayette Blues (1998), despertando el interés de la independiente Sympathy For The Record Industry que les graba The Big Three Killed My Baby, una amalgama de blues, punk y rock, demostrando ya estar listos para su primer álbum.

The White Stripes, su epónimo debut, es lanzado en junio de 1999 y dedicado al bluesman Son House, uno de los máximos héroes de Jack. Tuvo una tibia acogida pero causó gratísima impresión por el contundente sonido emanado de tan sólo dos instrumentos. El disco en sí es pura ebullición con sus diecisiete canciones en menos de cuarenta y cinco minutos, diecisiete mazazos que revisan la esencia del más puro rock y sus raíces, incluso se despachan a su antojo con convincentes versiones del One More Cup Of Coffee de Dylan y el Stop Breaking Down de Robert Johnson.

...(continuará)