lunes, enero 12, 2009

A propósito de una nota de homenaje
TRAS LAS HUELLAS DE CONSTANTINO CARVALLO

Para hoy domingo tenía programado efectuar algunas tareas relacionadas con los proyectos en los que estoy comprometido. Algo avancé ayer, con lo cual encontré la justificación suficiente para olvidarme de mis obligaciones de hoy y entrar a Internet a investigar, una vez más, sobre Constantino Carvallo, filósofo, educador y crítico de cine entre otras títulos que, seguramente, en su modestia innata y auténtica (a tenor de quienes lo conocieron de cerca), habría rechazado por lo pomposo que pudiera parecer o sonar.

Pues bien, encontré una nota redactada en homenaje a él, por Nicolás Tarnawiecki, filósofo también, antiguo alumno de Constatino, y luego compañero de carpeta en la Universidad Católica y, finalmente, colega, en el colegio Los Reyes Rojos, que Constatino dirigió en el Barranco de Eguren.

Podría haber recurrido al fácil expediente de adjuntar la nota o dar la dirección electrónica para que los interesados entraran y leyeran el texto muy sentido que el autor dedica hacia el amigo ausente, y escribir sobre algún tema de actualidad pero, tratándose de un artículo sobre Constantino, el amigo que no conocí, prefiero utilizar mis palabras para dar cuenta, a través del comentario de la referida nota, de algunos hechos que contribuyen a enriquecer la imagen del hombre bueno y justo que fue Constantino Carvallo.

Está pendiente aún la nota que me he propuesto escribir abarcando no sólo la trayectoria de Constantino como educador, sino también la del crítico de cine que destilaba pasión por las películas y erudición. Reitero, esa nota está pendiente y estoy documentando mis archivos para hacerla con el conocimiento debido y, claro está, con el afecto creciente por una persona que dedicó su vida a moldear –con respeto y amor- aquella materia sensible y delicada como es la niñez y la juventud. Su libro El Diario Educar es absolutamente revelador de ese noble quehacer.

Lamento, sí, que la nota de Tarnawiecki: La Despedida de un Maestro: Constantino Carvallo, no esté bien escrita. Fue incluida en .edu, publicación de la Pontificia Universidad Católica del Perú y, se aprecia con meridiana claridad que allí faltó un editor, Sin duda, la nota transmite afecto, gratitud y emoción y, en honor a ello, es digna de ser tomada en cuenta, pero, como debe ocurrir con todo material destinado a la imprenta, debió ser revisado y corregido. No pretenderé en este texto señalar los errores, porque no quiero extenderme en una nota que, por lo demás, se plantea un objetivo distinto. Rescato, entonces, algunos aspectos y anécdotas que allí aparecen.


Cuenta Tarnawiecki de las asambleas que se desarrollaban en Los Reyes Rojos en las que estaban presentes desde los más pequeños hasta los mayores. Sin duda, y eso lo documenta bien Constantino en su libro, una de sus grandes preocupaciones fue la integración. Allí, en su colegio, el blanco y el negro, el bajo y el alto, el creyente y el no creyente, el rico y el pobre, tuvieron su espacio, tuvieron voz, tuvieron afecto. Me habría gustado que Tarnawiecki hubiera profundizado en la naturaleza de esas asambleas, pero prefiere cambiar de tema y contar aquella anécdota en la cual Constantino interpelaba, de manera ‘sui-generis’, a los alumnos que iban a pasar de la primaria a la secundaria, como cuando le tocó evaluar a los más ‘chancones’ pidiéndoles que bailaran una lambada para ver cómo enfrentaban tal desafío. Sonrío en este momento porque habiendo sido yo un ‘chancón’, maldita la gracia que me habría hecho rendir tal prueba. Constatino poseía una mentalidad que estaba más allá de las ortodoxias y formalismos mutiladores de la educación tradicional.
Y cómo no mencionar ese párrafo del texto de Tarnawiecki donde habla de aquellos gustos y preferencias musicales que yo al compartirlas, al saber que también son las mías, me alegra y emociona porque esa música que disfruto cada día, los libros en los que me sumerjo cada noche o las películas por las que me apasiono, se convierten ahora, además, en una suerte de recuerdo y homenaje particular y permanente a este hombre sabio, al maestro que nunca abandonó su hermosa tarea de educar. Recuerda, pues, Tarnawiecki “el equipo de sonido de su camioneta donde escuché por primera vez a Bob Dylan, Leonard Cohen, y a Lou Reed cantar “Walk on the Wild Side”; una vez que nos invitó a su casa en Chorrillos, donde pensé: “Además de estante de libros, tiene estante de discos”. En retrospectiva diría que le agradezco, no tanto la música que nos mostró, los libros que nos hizo leer o su fascinación por el cine, sino las ganas que nos transmitió de disfrutar de estas cosas.”

Luego de contar otras reconfortantes experiencias que vivió al compartir carpeta con Constantino en la Universidad Católica, Tarnawiecki concluye su nota expresando su gratitud por enseñarle a pensar en sí mismo y en el hombre y a amar la vida. Lástima, a Constantino la vida se le acabó muy pronto, apenas a los cincuenta y cinco años, pero, sus textos, su historia, su entrañable historia sembrada de anécdotas en las que se entremezcla el humor y la amabilidad, la tolerancia y la ternura, contada por aquellos que lo conocieron o que trabajaron en su entorno, revelan al hombre bueno, sensible y generoso que fue. Que Constantino siga viviendo en el corazón de quienes deseamos un mundo más solidario y más justo.
Rogelio Llanos

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